martes, 25 de junio de 2013
O TAN SÓLO FUE UN SUEÑO (1)
Una vez espantadas todas las moscas que habían acudido
al insoportable hedor de una relación ha tiempo caducada
debemos preguntarnos como pudimos dejar abandonada
esa historia de amor que con tanta pasión habíamos vivido.
La mañana era gris y la tarde no tenía mejores perspectivas
pero la noche estaba todavía por descubrir, como esos mundos
de amaneceres tristes, gloriosos mediodías y ocasos profundos
donde el sol nunca sale, o si lo hace, es de forma intuitiva.
Que tendrá el amor que excita la imaginación de los amantes
absorbe el seso y te lleva por unos derroteros tan lejanos
como lejos está la tierra de la Luna, sin poder dar la mano
al astro redondeado que no es sino una estrella anhelante
rodeada de un halo de misterio, con una cara oculta
y otra a la vista, guardando con celo sus secretos;
tal vez algún artista ha hecho de ella algún boceto
pues cuanto más desconocida más bonita resulta.
Quedamos en que nuestro amor se había marchitado
como se agostan las flores bajo el sol de mediodía
mientras suenan los afinados sones de alguna melodía
y el primer entreacto de esta opera bufa se da por acabado
para dejar paso a un descanso merecido, aunque breve
como cortos son los tiempos pasados en buena compañía
hay veces que la gente parece detenerse, nada se mueve
y en otras ocasiones, al filo de las doce, la iglesia se vacía
y los fieles emprenden el regreso a su casa, charlando
levemente impelidos por la brisa, que es la niñez del viento
y los perros guardianes alertados por tanto movimiento
al paso de la grey, de puerta en puerta, se van alborotando.
Tal y como mi corazón se alborota de contento
cuando te ve salir de la iglesia llevando de la mano
algún niño de la vecindad, quizá tu propio hermano
que no puede parar, y anda siempre en movimiento.
Riendo y retozando como si fuese parte de una danza
olvidando por un instante sus propias inquietudes
pensando quizá en marchar un día hacia lejanas latitudes
rumiando en su interior el resumen de mil y una andanzas
tan sólo para descubrir al llegar a su casa nuevamente
que la vida no es territorio propicio para las aventuras
hay cierto retintín a tachar de aventurero al navegante
y siempre se tiende a recordarlo por probadas locuras.
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