Como un viejo Robinson que rumia su soledad
en una isla olvidada, lejos de cualquier lugar,
y la mirada perdida, pendiente del ancho mar
en un intento imposible de llenar su vacuidad
recogiendo con sus manos los frutos que le alimentan
del árbol que está a su lado, del que no conoce el nombre
mientras lejanos recuerdos su pensamiento atormentan
añorando descansar en un panal, rodeado de un enjambre
de mujeres charlatanas prestas a satisfacer
sus más ingenuos desmanes, sus deseos olvidados,
mientras en el horizonte le está pareciendo ver
el rastro de una tormenta, que oculta el cielo nublado
y que viene a descargar el agua sobre su curtida tez
mas propia de aquellos hombres cuya vida nos contaron
que transcurrió sin alardes, batallando alguna vez
en reyertas sin vencidos, en las que también murieron
la cordura y la esperanza, presas en celdas contiguas
con barrotes separados por el ansia de escapar
que todo preso atesora, sobre todo si es por mar
algo que tan solo a veces la somnolencia mitiga.
Y en los sueños libertarios hechos ad hoc por la mente
la denostada nostalgia trata de poner su sello en todo;
ahora viene la parte en la que se habla por los codos
puede ser que en este campo, lo que falte es la simiente
pero nunca se dirá que una isla es un destierro
cuando sólo el ancho mar la rodea y acaricia
añorar la tierra firme en síntoma de malicia
como lo es ocultar que la noche es el entierro
de miles de ideas fijas que afloran en el ocaso
de algún día de los cuales no quedan casi reseñas
puede que alguien las crea de la realidad, dueñas
pero sería posible que aún no viniendo al caso
hubiese que calibrarlas con paciencia, con esmero
como si fuesen cigalas recién sacadas del mar
cuyo destino consiste en acompañar al mero
sobre una fina bandeja que se suele presentar
en las casas de los ricos, donde abunda la opulencia
muy acorde con el ritmo de vida de quien tiene
la osadía de decir que sus riquezas provienen
de no hacerle mucho caso al grito de la conciencia
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