Te irás con viento fresco en cuanto llegue el día
dejando tras de ti, una taza de café medio vacía
algo de ropa tirada por el suelo, y la sensación
de verte atrapada una vez más por la emoción
de la aventura sin límites, del placer de viajar
sin la necesidad de decirle a nadie donde irás
desconociendo incluso a dónde quieres llegar
y sobre todo sin tener que volver la vista atrás
pues ha llegado el momento de tu liberación
o al menos eso piensas, aceptando también
una cierta dosis de fracaso en nuestra relación
sin saber incluso, a ciencia cierta, si te irá bien.
Existe la cordura, pero no es suficiente:
hace falta algo más para poder triunfar;
ayer por la mañana decidiste no amar
y abandonar la casa ha sido lo siguiente
y al correr las cortinas para ver el reflejo
de la luz prohibida mientras dure la luna
podré ver tu silueta, recortada a lo lejos
posada en el camino que lleva a la laguna
y los rayos del sol harán mella en mi vida
y no podré gritar para que vuelvas pronto
y todos los recuerdos, hasta los más remotos
no harán sino añadir sal a mis viejas heridas.
En vano lucharé por no romper en llanto
una lágrima más tal vez no sea importante
una cierta tristeza me envolverá en su manto
un muro de nostalgias se me pondrá delante;
tapándome la luz que inundó mi salón
para ahuyentar la noche, y pasado el momento,
tal vez pueda asumir la triste situación
mientras vuela en el aire, mecido por el viento
un jirón de tu ropa, un mechón de tu pelo,
o tal vez sólo un trozo de una uña mordida
un bonito recuerdo que me dará la vida
una especie de extraño, pero factible anhelo
y ese mismo céfiro se acabará llevando
aquello que cuidamos, todo cuanto quisimos,
con maternal instinto, llenándolo de mimos
haciéndole llorar, sólo de vez en cuando
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