jueves, 3 de enero de 2013

AHÍ LLEGA EL RODILLO DEL CARIÑO (2)




...///...

o quizás empujada por mi propio interés en que te fueses, para luego sentir
un sinfín de tristezas, un puñado de celos, un manojo de penas y sufrir
lo que los entendidos en la materia llaman el mal de amores, que consiste
en tratar de entender, sin conseguirlo, el motivo real por el que te fuiste

y suponer que la vida sin ti será dulce, graciosa, exenta de preocupaciones
como lo fueron los momentos que compartimos juntos hace ya tantos años
que ni siquiera recordando los instantes de tantas y tan buenas sensaciones
logramos que el rodillo del cariño, al aplastarnos el corazón, nos haga daño.

No volveré a tener jamás la sensación que tuve en los instantes finales
de nuestra triste aventura de hace ya un tiempo, ni tendré que aguantar
esos celos salvajes que mordían con saña mi alma cuando te vi marchar
y entonces entendí que es el amor lo que nos diferencia de los animales

aunque a veces nos vuelva un poco locos, nos proponga razones
que nos guíen al olvido por caminos ignotos, en plena oscuridad
para acabar diciéndonos, en nuestra propia cara, la parte de verdad
que acabará aportando un atisbo de luz a cuantas situaciones

se pongan por delante, sean buenas o malas o simplemente extrañas
y nos pongan a prueba, igual que nos retó la vida de repente
y en aquel momento ni tú ni yo tuvimos la destreza suficiente
como para aclarar el vaho que al cristal del amor oscurece y empaña

y no deja pasar la luz del mediodía que como se sabe es la más pura
la que nunca se pierde, la que siempre se encuentra, la única real
en este loco mundo en el que las distancias se miden tarde y mal
mientras las ilusiones quedan atemperadas por tramos de cordura

muy poco relevantes si se acompañan de celos y maldades
que la tristeza cubre completamente con su perpetuo velo
ahora dime tú si merece la pena decirnos las verdades
o si optamos libremente por mantener a dúo el antiguo recelo

que nos diga al oído lo inútil que resulta ponerse a lamentar
lo poco que pusimos en común cuando estuvimos juntos
la tristeza infinita, la pena irrebatible que enturbió aquel asunto
donde el único objetivo conocido y sincero, supuso un valladar

insalvable como lo es el lento devenir de las horas pasadas
el oscuro final de películas muchas veces vistas y olvidadas
el áspero aguijón de la ira que espera en cada esquina
una vez despojada la rosa de los vientos de sus viejas espinas.

Hoy puedo volver a amar, una vez asumida la soledad sin miramientos
lamentando, si quiero, el hecho conocido de que ya estás muy lejos
para que cuando decidas si deseas volver, ambos seamos viejos
y entonces ya podamos hablar sobre el amor sin hacer aspavientos.