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diseñadas por hombres sin talento para poder contar
a otros, que no tuvieron la suerte de conocer el mar
que hay ballenas delgadas y que los delfines tocan
el violín por las tardes, y con sus gestos provocan
el aplauso real de los veraneantes cuyo fin es gozar
y en cada puerto, se bajan de los barcos a comprar
todo aquello que venden los astutos comerciantes
que cobran en metálico, tal y como se hacía antes.
Pero no venden amor, aunque sí elixires varios
cuya eficacia es dudosa, y un poco alto el valor
quizá no nos haga falta comprar un ciclo de amor
pero si no lo encontrases, tal vez pases un calvario
cuya cima se me antoja tan lejana y peligrosa
que estoy por renunciar a la cumbre y volverme
al refugio donde el can, cerca de la lumbre duerme
esperando que en la noche aparezcan mariposas
para seguir con la vista su largo vuelo y soñar
con pasados amoríos, con otros dueños, con paz
mientras se rasca la piel, hasta donde es capaz
vigilando, con un ojo, a quien se quiere escapar
de su destino mirando el plano de las montañas
tan deslucido y ajado, que parece ya un despojo
de aquel mapa reluciente donde ponían el ojo
todos aquellos turistas cuyos recuerdos engañan
al que no es conocedor de la vida en una cumbre
del sacrificio infernal de andar por entre la nieve;
cada cual con su verdad, andar por la vida debe,
y hacia el atardecer, si hay alguien que te alumbre
y te hallas con una copa de buen vino en la mano,
da gracias de corazón, porque la noche estrellada
con su manto de nostalgia, lejos de la madrugada
te dejará, al menos por un rato, ser más humano.
Y en la vasta soledad de un día lejos de todo
casi sin desayunar y vestida de cualquier modo
habiendo ya calculado la ruta más despejada
te irás, como otras veces, apenas la madrugada
asome su cara amable por entre pliegues de cielo
sin mirar atrás, sin lágrimas, haciéndote la valiente
haciendo ver que tu alma está compuesta de hielo
del cual, durante el verano, ya he tenido suficiente.
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