lunes, 11 de noviembre de 2013
HACIA EL FINAL DEL INVIERNO (1)
Para que nada te falte, ayer me dio por comprar
en un tienda cercana, que no cierra a mediodía
un poquito de ternura, en papel de fantasía
y un kilito de amor libre, que se debe cocinar
como plato principal, en el fuego del deseo,
y de postre, como siempre, nos comeremos a besos
dejando para el café las caricias a porreo
abrazados con pasión y gritando como posesos.
Nunca he podido ofrecerte todo aquello que mereces
y la vida se ha esfumado tratando de conseguirte
un lugar en este mundo donde nadie pueda herirte
lejos de los malos rollos pues es allí donde perece
la prístina educación que proporciona el colegio
de monjitas veladoras de tu cuerpo y de tu fe
sin dar una mala nota, ni siquiera un mal arpegio
sin poder ir nunca sola, aunque fuese a tomar café.
Puestos a reconocer el fracaso a grandes rasgos
se podría concluir que nunca estuve a tu altura
y decir, sin sonrojarme, que sin ti yo nada valgo
y que ni a carboncillo puedo copiar tu hermosura
hecha de malversaciones de la luz de las estrellas
de jirones de tormentas abatidas por los vientos
a lomos de una ilusión que viaja como centella
sobre una lluvia de nubes en continuo movimiento.
No sé que es lo que pasó cuando llegaste a mi vera
tan sólo sé que era Abril y era justo en primavera
con tus vestidos floridos, a juego con la estación
me dejaste sin aliento, casi me me mató un camión
pero aquí estoy de nuevo dispuesto a ver como late
mi corazón por tus besos, de los que nunca me canso
equivalen a tomar miel, o a probar el chocolate
tal vez sea como amar, sin sentido y sin descanso.
Y en el jardín de la tierra que se rinde a nuestra vida
hay un puzzle de jazmines mezclados con otras flores
cuyo olor rejuvenece todo aquello que decores
al albor de una ilusión largo tiempo retenida
sin más alcance que un sueño que solo dura una noche
y a la mañana siguiente la luz en su plenitud
despierta en el interior de los hombres un alud
de ciertas bajas pasiones que suponen un derroche
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