jueves, 25 de julio de 2013

ANTES DE QUE LLEGUE EL AMOR, Y TÚ TE VAYAS





Verás como las aguas vuelven a su cauce, si las dejan
pasando por encima de piedras y de cantos colocados
vilmente a modo de presa de contención en ambos lados,
mientras los que ponen las trabas en silencio se alejan

pues no suele armar mucho ruido la ignominia
ni la cobardía levanta la voz, antes bien calla
delante de la verdad, cuya misión termina
una vez que ha comenzado la batalla

entre el yo soy alguien y tú no eres nadie, sin saber
quien empezó el combate y porqué se llegó a esto
sin conocer siquiera el desenlace, no vaya a ser
que alguno presuma únicamente de lo expuesto

y no vaya más allá, a las raíces del problema
allí donde el amor y el odio a menudo confluyen
para formar una asociación sin tener un esquema
definido, y cualesquiera acuerdo, ambos rehuyen.

Ya no veré jamás el mar, al menos como lo hice otrora
a lomos de un corcel hecho de espuma de mar, engalanado
como una novia para la más importante de sus horas
aquella en la que se entrega en cuerpo y alma al ser amado.

Y sin embargo aún mantengo intacta la esperanza
y las ganas de vivir no se me han ido, antes bien lucen
como recién sacadas del viejo camión de la mudanza
con distinta trayectoria según sea aquel que lo conduce.

Hoy, por ayer, te has ido, y puede que para siempre esta vez sea
porque incluso es posible hollar un sendero sin retorno si los hados
no se comportan contigo tal y como todos deseamos, una vez descontados
el honor y el orgullo, trofeos por los que nadie ha ganado nunca una presea.

Puedes volver, siempre que no lo hagas en tren de madrugada
yo prefiero dormir hasta muy tarde, no quiero despertarme
con la vacía sensación de que un día te amé, ni desnudarme
para darme una ducha, pues toda mi ilusión ya está mojada

por lágrimas encadenadas a un sufrimiento inconcebible
en estos tiempos donde todo en el amor resultará posible
siempre que no abusemos de la ilusión apenas perceptible
de que todo lo que ha habido entre los dos, ha sido horrible.

Pero si un día te da por ordenar de una forma serena tus vivencias
y pones a ambos lados de la mesa, de una manera sensata y ordenada
todos aquellos instantes en los que, por supuesto, te sentiste amada
verás que no fue la falta de cariño lo que nos provocó desavenencias.