sábado, 30 de abril de 2016

NO CALLES NUNCA MÁS






Muchas veces me miras, sin comprender qué digo
y esperas una explicación, la cual nunca llega,
es una relación fría, lo sé, y coincido contigo
en que parece ser producto de un buen estratega

para cortar con una relación que nos ahoga,
como al reo al que han condenado a muerte
al que el destino ha abandonado a su suerte
y ya pende, sin un hálito de vida, de la soga;

cáñamo cruel cuyas hebras atenazan su garganta
sin dejarle exhalar ni un último suspiro de alivio;
daría su vida en este instante sólo por seguir vivo
mientras ve con horror como el nudo adelanta

un centímetro más y esta vez sin remedio, estará muerto,
ya sólo quedará llorar por el difunto y ensalzar su pasado
porque no habrá futuro, una vez en la tumba embalsamado
y dada la noticia a los deudos, reunidos en pleno desconcierto.

Cada vez que no sepas a qué carta estoy jugando, me lo dices
no calles nunca más, no es de recibo que llores a escondidas,
cuando sabes muy bien que las lágrimas son hojas escindidas
de una rama lejana de un árbol próximo, casi en tus narices,

cuyo follaje no deja ver más allá del día siguiente al de mañana
como los vidrios húmedos no nos permiten mirar por la ventana
como el sol en el rostro nos incapacita para ver temporalmente
cualquier cosa que esté en nuestro radio de acción, escasamente,

a unos cientos de metros, pero ahora sí, tan lejos como Marte
un planeta lejano y triste, rojo como la ira que achica tu pupila
mientras allá en el puro cielo, negro azabache, una estrella titila
y me envía a través de un mensajero, la mejor forma de amarte.

No pretendo ser fiel, pues yo nunca lo he sido, si acaso,
me queda la esperanza de haberte hecho feliz así, a ratos
contando chistes malos y llevando un equipaje escaso,
sacando apenas un par de calcetines de un baúl barato.

Si fuese un mago podría sacar algo de la chistera
y ver como sonríes, mostrando esa alegría
por la cual ha tiempo se te reconocía
como por las flores, a la primavera.

No lo soy y lo siento, y por eso me voy, casi sin aliento
un poquito humillado por no haberte hecho entender
una filosofía ya bastante trillada, que sirve de alimento
al innegable hecho de que nunca hemos dejado de querer.




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