viernes, 18 de enero de 2008

RECUERDOS DE LA INFANCIA


Como olvidar de cuando era niña
una casa con sus viejos escalones de madera.
el olor a jazmín del otro lado de la calle.
Un hombre tirado en el suelo ebrio
bajo la luz de una farola.
Una mujer sumisa de rostro tétrico
que cada noche acudía a recogerlo
llevando en sus brazos a un bebé
casi desnudo y un poco desnutrido.

Una niña descalza de pelo enmarañado
afanosamente agarrada a la falda de su madre.
Un par de gotas rodando por su rostro
y el dolor de una situación incomprendida.

Unas veces observaba la escena desde mi ventana.
Otras, las mayoría, junto al escenario.

Mi último y más reciente recuerdo me lleva
a una noche lluviosa y fría de invierno.
Y me hace pensar, respirar profundo.
Una tenue luz que alumbra mi interior
asemeja la lentitud de los días que no pasan...

Una escena como casi cada noche:
los mayores al amor de lumbre
cuentan cuentos, historias que me gustan,
me embelesan, envanece y las amo.
Las menos agradables las dejan para después.

Un hombre mayor, cercano a la familia
comienza la ronda de esa noche. Y,
es así que recuerdo yo aquella historia:

Un padre, un sátiro viejo y encorvado,
(comenzó su relato asegurando ser verdadero),
tenía una hija a la que frecuentemente
solía enviar a comprar el vino para la cena.

Una noche creyó percibir un profundo dolor.
Algo le aprisionaba en sus costados,
y un hedor a sobacos, a humedad en su cara.
La garganta seca, amarga, llanto ahogado.
La luz de un candil titubeante insinuó
un punto de orientación a su mente
confusa e intentó levantarse. Sólo pudo ver
entre la penumbra la figura de su padre
y a un hombre con su sexo anhelante
al que su padre incitaba a una frenética orgía,
y a su madre de rodillas suplicante.

Quiso llorar, sus manos de niña se apretaron
hasta cortar el aire. En su garganta un grito
ahogado. Su mirada penetra la realidad,
la atrapa en su memoria y sus labios
estrangulan el aliento. Una carcajada,
una botella en el suelo vacía, sin vida.

Las vigas de la sonrisa de una niña
que hoy se infiltran en su conciencia.
Una madre sumida entre las sombras,
envuelta en despojos corporales, en
momentos sudorosos, volvió su rostro
contra ese hombre buscando calmar
el dolor de su alma, el desorden de la lujuria.

Cerré mis oídos. Mi mente está confusa.
Y me siento triste, dolorida, quise
despedirme, dar las buenas noches.

Pero las palabras se atropellaban y
mi garganta sólo emitió un grito ahogado.
En mi mente, un intento de desmarañar
toda aquella historia, y pensar que no es
cierta, que es fantasía de aquel hombre...

Un día pensé: me iré de casa.
No quiero escuchar más historias. Quiero
ir más allá porque más allá hay tantas cosas...
Y quiero andar tantos caminos
que nunca pensé que podría andar.

En esa noche dos lágrimas corrieron
por mis mejillas. Yo que nunca antes
había llorado. Aún hoy no sé si fueron
lágrimas o fueron gotas de rabia contenida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un relato, un dolor echo poesía, en el cual me encuentro en parte identificada. Leer esto me ha hecho pensar y perdonar.
Gracias por todas tus lindas poesías tan llenas de amor y sentimiento. ¡que suerte tiene el otro de se amado de esa forma!

Saludos.

Ana Bel