martes, 20 de diciembre de 2016

SIN NADA QUE SOÑAR






Anoche soñé contigo, y casi siempre que lo hago,
dejando aparte el hecho de pensar que soy un vago
por quedarme en la cama, en lugar de ir a trabajar,
es cierto que, aún acostado, también se puede amar.

Los sueños iban como siempre por caminos extraños
y en ellos aparecía tu madre, como en la vida real;
íbamos de excursión por lugares ignotos y al final
lográbamos llegar al refugio sin sufrir ningún daño.

Como a veces los sueños pueden interpretarse,
y si piensas en ángeles, podrían ser demonios,
cuando la pesadilla gira en torno a casarse
y debes de pedirle a alguien matrimonio

a esas ensoñaciones recurrirás un día
y cualquier noche, quizá en primavera
sin poderte dormir, te irás a la nevera,
y si queda cerveza, tendrás una alegría.

Los sueños son alegorías sin nada que perder
imágenes disueltas en el áspero vino de la vida
restos de un corazón sobre un bello atardecer
una especie de oblea, que una vez comida

alimenta el espíritu, que no el cuerpo mortal,
y si hay que casarse, pues te vas a la iglesia,
vestido con tus mejores galas, a tope de moral
y de viaje de novios, quizá a la Polinesia,

aunque diga tu madre que está lejos, ignora
que eso es precisamente lo que se busca ahí,
como es alejarse de todo lo que tienes aquí
y disfrutar del mundo, sin ninguna demora

tan sólo haciendo cola para coger billetes
al próximo destino, más exótico aún,
si no es en Siberia, podría ser Cancún,
pero a veces los sueños te ponen en un brete

y acabas paseando de la mano de un tipo
al que apenas conoces, y tras dar una vuelta
te dan ganas de huir, a través de la puerta
ser la novia a la fuga que crea estereotipos.

Anoche soñé contigo, y a la mañana siguiente
había un enorme corazón, dibujado con mimo
en el cristal de la ventana que casi nunca abrimos
el cual estaba helado por culpa del maldito relente.



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