martes, 28 de enero de 2014

LA PROGRESIÓN GEOMÉTRICA DEL OLVIDO (1)




Hoy he vuelto a delirar, como un viejo borracho
que no puede parar de beber aunque le haga daño
no puedo asimilar el hecho de no ser un muchacho
ni dejar de pensar en ti, en todo lo que hace un año

era nuestro jardín perfecto, en donde los problemas
eran, al menos en lo que a mi respecta, inexistentes
y la oscura condición humana que nos hace valientes
una expresión sin más, o exposición de ciertos temas

tales como el de si el deseo ha de ser reprimido o coartado
si las cartas de amor han de enviarse por correo ordinario
si será bueno amar, una vez que la pasión se haya acabado
o si debemos de dejarnos llevar por instintos primarios,

reconociendo tan sólo el estar dispuestos a volver a intentar
imaginar el mundo tal y como era antes, parados frente al mar,
rodeando de conjuros el árbol de la vida, cuyo fruto no permite
que la relación entre dos personas que viven juntas se marchite

y el zumo resultante de machacar la pulpa, si se toma al instante
refuerza el sentimiento del que amó, haciéndole seguir enamorado
pero si se deja reposar un tiempo, produce en el que lo ha tomado
una sensación de mareo matinal que le hará observar con mal talante

la progresión geométrica del olvido, multiplicado por la desesperanza
arropado por la cruel inexistencia, digamos, de cualquier esperanza
en algún reencuentro positivo entre dos corazones que se amaron
sintiendo el otro, al partir el primero, la cruel sensación del desamparo.

Por todo lo vivido, hoy he vuelto a brindar, como se hacía antes
bebiéndome de un trago, junto con el licor, todo el orgullo herido
no volveré a beber a tu salud, aunque quisiera, al haber asumido
que por el sendero que conduce a la ilusión, lleno de paseantes,

nosotros caminamos por fuera del camino, pisando sin cesar
todas las piedrecitas que la roca del odio va dejando caer
desde aquella colina donde la sinrazón no deja de reinar
y en cuya fría cima, la historia que nos une, podría fenecer

so pena que nos diese por encender el fuego, frotando la pasión
con palos de ternura, sacados del bolsillo para esta ocasión
secos y preparados, para arder en la pira colocada en el claro
de una selva, cuyo verde fulgor, a la luz de la hoguera se ve raro

y sin embargo, la noche no perdona y cae sobre nosotros de repente
con la fuerza de un pequeño tifón, con la fría laxitud de la serpiente
oprimiendo con fuerza la fina tela de la tienda de campaña extendida
en medio de la nada, cuya luz interior, demuestra que allí hay vida.-