miércoles, 28 de febrero de 2018

MIENTRAS IBAN VOLANDO






Cada minuto de cada día gris es un comienzo
de algo por vivir, de una esperanza compartida;
cada carta escrita a lo lejos, es una despedida
y cada trazo plasma la ilusión sobre un lienzo

incólume, impávido y blanco como nieve
paraguas guardado bajo llave cuando llueve
herramienta perfecta para salir del paso
cuando al aire huele a tierra y a fracaso.

Pasamos por la vida sin saber disfrutarla
en alguna ocasión, es por falta de ganas;
cada flor es distinta si se sabe cortarla
y cada santo debe de colocarse en su peana.

Pero un buen día nos llega la inspiración
y la tomamos, como si fuese una medicina
un germen de esperanza se convierte en pasión
y allá a lo lejos una fuerte tormenta se avecina

cae sobre nosotros, moja los cuerpos, pero la mente
a salvo dentro de la cabeza y debajo del paraguas
se pone a rememorar pasados no tan atrayentes
de cuando los restos del amor viajaban en piraguas

atravesando el ancho mar o el proceloso río
muchas veces, ni siquiera en mi memoria fío
pero cuando el sol se pone, en ciertas ocasiones,
mi mente se activa y todo se alimenta de emociones

unas nos hacen daño, son como cuchillos clavados
en la arena mojada de una playa infinita, varada
en medio del océano más lejano, poniendo cuidado
en que nadie le perturbe su vida, ociosa y ordenada

a salvo de contratiempos, pero también de amores
solamente oyendo el trino de algunos ruiseñores
que nadie sabe cómo llegaron a la isla, portando
la ilusión de alguna gente, mientras iban volando.

Y allá a lo lejos la palmera fiel de la esquina,
de la postal que enviamos para dar envidia
hará volar sus ramas, con sonido en sordina
mientras que con el viento de poniente lidia.

La palmera y el mar, la arena, y quizá los cocos
son parte de un paisaje que un día debimos compartir
no lo hicimos, lo siento, y ahora nos tocará sufrir
cuando el futuro, insensible, no nos junte tampoco.


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