SENDEROS EN EL MAR

En tiempos me inspiraba tu serena hermosura
pasaban los días sin dejar de amarnos con locura
estaciones enteras, a solas, cogidos de la mano
ocultándonos de la atenta mirada de tu hermano.

Fueron horas felices, de las que dejan huella
batallas de contacto entre dos cuerpos prestos
a soportar cualquier locura, sin hacerles mella
y para un homenaje al amor siempre dispuestos

en continua alegría, en pos de una certeza
mirando en derredor con las agudas vistas
del ave que tiene que comer, y sin pereza
mantiene sus enormes alas siempre listas

para emprender altivo vuelo que le hará llegar
allí donde nadie pueda alcanzarla ni queriendo
sin mirar atrás, y con todo el cielo para volar,
como nosotros lo tuvimos, aunque perdiendo,

una parte ínfima de nuestra autonomía, prestos
a dejarnos guiar por la tristeza en días opuestos
a la prístina belleza de un amanecer omnipotente
locos por amar, pues el amor no deja indiferente

a ninguna persona que en su sano juicio, lo desee
antes bien se ocupa de todos y cada uno de los besos
luego te embarca en un viejo vapor, en uno de ésos
en los que el capitán apenas las cartas de navegar lee

pues se sabe de sobra el camino, senderos en el mar
cuyos peligros y sombras está muy harto de evitar;
y sin embargo hay algo que le gusta ver sobremanera
y también a veces suele correr en pos de una quimera

como hicimos nosotros, cuando la certeza del adiós
nos hizo indiferentes al suplicio de amar sin olvidar
el hecho incontestable de que Cupido, ese ladino dios
nos iba, con su encanto y para siempre, a hechizar

porque el áspero sueño de dos mundos distintos
agarrados a un monte lejano, pero lleno de vida
hace un tiempo nos dejó la esperanza dividida
y también, por qué no, cien mensajes sucintos.

Eran otros tiempos, y en ellos pienso cuando llueve
y las gotas, una tras otra, mojan mis sentimientos
hoy no sé si es distinto que ayer, pero ahora siento
que mi corazón, otrora parado y sin latir, se mueve.



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