jueves, 13 de febrero de 2014

SE PODRÍA DECIR QUE YO LA AMABA




Me he prohibido a mí mismo decirle que la quiero
y eso por varios motivos, entre los que se hallan
una evidente falta de fe en todo lo venidero
y la sensación de haber encontrado alguna falla

en una relación tan bonita como tierna, aderezada
de cierto regusto a crispación, un poquito cercana
para una persona que como yo, estuvo enamorada
y ahora ve pasar el amor, parado junto a la ventana.

Me hablaron, cuando empecé a verla, de frialdad,
de veranos eternos sin poca o ninguna compañía
de citas a ciegas sin concretar lugares, la verdad
no fueron muy amables en sus eternas letanías

pero aún así y todo yo la amaba, y cada aniversario
retomaba el camino de hacerle regalos a montones
debía de alquilar para llevárselos un par de camiones
y ella siempre decía lo mismo, que no era necesario.-

Fue un día de Abril y creo recordar de madrugada
el alba se resistía a aparecer, pero al final lo hizo
envolviéndome, al ratito de salir, bajo su hechizo
y haciéndome sentir orgulloso de la persona amada

y perseguí los vientos del amor, cuya estela ignoramos
con demasiada frecuencia, tal vez porque en el fondo
todos los amantes, entre los cuales ahora nos hallamos
en realidad sólo vamos en busca de un negocio redondo

y es por eso por lo que los regalos cobran tanta importancia
siendo como son sinónimo de amor, se busca la excelencia
no se regala nada que pueda sonar como algo indiferente
hipotecándose para el resto del año nuestra cuenta corriente

sin percatarse nunca de la cruda realidad de la vida en pareja
cuya longevidad no está en consonancia con la prosperidad
hay matrimonios ricos, podridos de dinero, ebrios de vanidad
pero cuyo trasfondo en bastante mal lugar a la ternura deja.

Cuando salen del coche envueltos en sus pieles oliendo a Chanel
y frecuentan los mejores hoteles, esperando encontrar
un rincón apartado lo bastante lujoso para poder amar
y al final solo encuentran un hotelito sórdido con muros de papel

y se pasan la noche envueltos en las mantas, encogidos de frío,
no sufren como yo el desprecio y el miedo, ni deben de intentar
conquistar a nadie, pues todo lo obtienen con tan sólo llamar,
confieso que alguna vez les he envidiado, pero ahora, me río.-