lunes, 28 de octubre de 2013
PENAS QUE AL VIENTO ATORMENTAN (1)
Ahora somos ciegos, cuando ha tiempo anduvimos
atentos a cualquier estímulo por pequeño que fuese;
ojo avizor a señales ocultas, a quienquiera que hiciese
en cualquier esquina olvidada, una especie de mimo
y perdimos la fe en la raza humana, cada vez más procaz
y los hombres se creyeron dioses en más de una ocasión
tan solo para darse cuenta luego que nadie sería capaz
de tocar ni siquiera un retazo de melodía en un acordeón
con el fuelle rajado, con todas sus teclas remendadas
encoladas por la pátina infinita del más cruel olvido
y por el uso frecuente del mismo, su nácar renegrido
incapaz por lo expuesto de establecer las coordenadas
que llevan a buen puerto, ése en el que la distancia
no se cuenta en kilómetros, sino en millas marinas
y cada paseante intenta arrimar el ascua a su sardina
mientras los próceres pasean orgullosos su elegancia.
Como se puede ver, hoy no es un día especial para los versos
y escribo solamente porque el tiempo que se pierde, no regresa
antes bien, se escabulle entre los pliegues sin fin del universo
al cual debemos de rendir pleitesía, porque el mundo progresa
en la misma proporción que el viento despoja de sus hojas
tanto al árbol frondoso como al incipiente arbolito en la colina
cuyas raíces son capaces de atarlo a la tierra, pese a ser finas
pero cuyo follaje no resiste el empuje del viento, si se enoja.
Tal vez prefieras ser un árbol, pero déjame que yo sea el arbusto
cuyas ramas rozan la tierra, aprovechando el agua torpemente
buscando entre la sal su sustento, y poder ser un día bien robusto
aunque seguramente nadie lo irá a buscar para ser la simiente
de otro proyecto de bosque como aquel en que un día
nos dijimos adiós, hartos ya del follaje que ocultaba
la luz de ése sol que a ambos tanta falta nos hacía
que cada vez que la Luna aparecía, tú llorabas.
Y llegó un día en el que el sol se ocultó para siempre jamás
y las plañideras tuvieron que desempolvar sus trajes de faena
y lloraron sin parar desde el amanecer hasta la Luna llena
y al finalizar se fueron a casa sin una sola lágrima una vez mas
pero volvieron al tiempo, porque el llanto, aunque parece eterno
es perecedero, sobre todo cuando se gime tan sólo por encargo
dolerá menos si la pena se compensa con dinero y sin embargo
hay algo en la forma de llorar de éstas mujeres que es tan tierno
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